Hay dos cosas, sobre muchas otras, que asombran en
Palestina e Israel: una es la inmensa cantidad de vallas de seguridad,
controles, barreras, vías cerradas y alambradas. La otra
es el uso indiscriminado de la expresión "security reasons"
(motivos de seguridad), expresión que justifica todos los
excesos imaginables en check-points, aeropuertos, restaurantes,
bares y hasta piscinas. Por fuera de Medio Oriente, el conflicto
parece reducido a un asunto de "terrorismo" que, por tanto,
sólo requiere soluciones policiales.
En Palestina, la mayor conjunción de cierres
y de razones de seguridad se materializa en el muro del apartheid
que actualmente construye Israel. Con casi 700 Kilómetros
proyectados, el muro reduce aun más el territorio palestino
pues anexa, de facto, alrededor del 50% de Palestina a Israel, al
expropiar las tierras más fértiles y productivas de
Cisjordania.
Solamente pensando en el tamaño de la anexión
de territorio que representa el muro, ya estamos ante un hecho asombroso.
Pero si a esto añadimos lo que el muro en sí implica
en la vida cotidiana de los palestinos, nos encontramos no sólo
ante una obra de ingeniería sino frente a un paso más
en la perversa política de Israel.
El muro no es un elemento suelto, es el resultado
de un largo proceso que nace con la misma guerra de ocupación
de 1967, continúa con establecimiento de divisiones entre
israelíes y árabes a través de check-points
y bloqueo de carreteras, busca perpetuar la política de cierres
y toques de queda y, finalmente, se entronca con la Hoja de Ruta.
En la Hoja de Ruta se dice mucho, en la primera
fase, de la lucha contra el terrorismo pero muy poco de las condiciones
de vida de los palestinos. Tal como lo aceptaban varios periodistas
israelíes, desde finales de junio hasta comienzos de agosto
-periodo en que tuvo algo de vida la Hoja de Ruta con la declaración
de una tregua unilateral por parte de los grupos armados palestinos-
la vida de los israelíes mejoró de manera importante
sin que hubiera el más mínimo avance en las condiciones
de vida de los palestinos. Como reconoce el último informe
de Naciones Unidas sobre Palestina, en los últimos meses
se registra un aumento del número de check-points y se han
mantenido todas las medidas contra la población palestina.
El muro no contradice la Hoja de Ruta sino que la
integra: un proceso de paz así busca disminuir las tensiones,
deslegitimar la Intifada, justificar nuevas medidas de control,
y seguir adelante con el muro mientras la comunidad internacional
cae en el engaño de una paz prematura. Incluso, el cumplimiento
de La hoja de Ruta llevaría a que en el 2005, no antes, estuviera
en la mesa de negociaciones el asunto de las fronteras, para ese
momento, ya definidas por el muro. La llamada "Hoja de Ruta"
sí que constituye una obra de ingeniera política que
ha sido además bien vendida.
El muro, en su primera fase de 145 kilómetros,
ha significado el cierre de vías, la perdida de mas de cien
mil olivos, las destrucción de casas, comercios y escuelas,
la perdida de acceso a tierras para cultivo, sitios de trabajo y
servicios de salud, y el aumento dramático de la dependencia
de la población aislada de la ayuda humanitaria. El muro
afectará de manera directa a por lo menos 210.000 palestinos
de 67 poblados.
Como reconoce Naciones Unidas, el muro, abiertamente
contrario al derecho internacional, producirá una nueva generación
de refugiados y desplazados. A pesar de su ilegalidad, Israel persiste
en su construcción que, como resultado final, aislará
a los palestinos en un modelo similar o peor que el del Apartheid
o producirá su expulsión por el tipo de condiciones
de vida a que quedan reducidos.
En medio de excesos de cercas y de "motivos
de seguridad", los palestinos se aprestan a una nueva tarea,
la lucha contra el muro, un capitulo más en la lucha contra
la ocupación, tarea que requiere de toda la solidaridad internacional.
Víctor de Currea-Lugo
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