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DOCUMENTOS |
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El ANTIMILITARISMO EN LA LUCHA POR
LA DEFINICIÓN DE LA REALIDAD
Cthuchi Zamarra,
del Grupo Antimilitarista de Carabanchel
Noviembre de 2002
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Síntesis de las tres
líneas de concepción del poder de los sistemas simbólicos
Hiperrealidad y ciencia
Lucha política como lucha
por la definción de la realidad: subrealidades
Superación de la
distinción entre izquierda y derecha
Construcción
de una alternativa formal
La subrealidad antimilitarista
Bibliografía Básica
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A partir de la filosofía de Kant, se sabe
que la realidad no es objetiva, comprobable por cualquier observador
independientemente de su posición, pero también que
tampoco es completamente subjetiva, dependiente únicamente
del punto de vista del observador. La realidad es más bien
intersubjetiva, pues se construye desde la relación entre
distintas subjetividades a partir de símbolos cuyo significado
transciende la mera realidad material al tener un significado social.
Cabe distinguir por tanto entre realidad social, construida artificialmente,
y la realidad natural, que es lo que en verdad hay en el mundo,
a la que no podemos conocer porque estamos limitados por nuestra
forma de percibir. La realidad natural es por tanto muy distinta
a la percepción que las personas y demás seres vivos
tenemos de ella, pues los sentidos no son más que percepciones
subjetivas y como tales delimitadas por nuestra capacidades
sensitivas y ordenadas en el tiempo. Tal y como señalaron
Berger y Luckman, en la vida cotidiana los constituyentes esenciales
de la aprehensión de esta realidad son el simbolismo y el
lenguaje simbólico. A través de la construcción
de la realidad que es posible mediante sistemas simbólicos
(como el mito, la lengua, el arte, la ciencia, la religión...)
se establece un sentido inmediato del mundo que establecerá
a su vez la legitimidad o no de ciertas posturas epistemológicas
o de cierta definición de la realidad. De esta forma, nuestro
conocimiento de la naturelza social está mediado por instrumentos
de aprehensión de la realidad que se nos presentan de forma
incuestionable, hasta que los sistemas simbólicos por los
que nos regimos empiezan a mostrar contradicciones entre sí
y tenemos que, o bien elegir como válido uno de ellos, o
aceptar la posibilidad de una doble definición de la realidad,
es decir, una doble verdad. Es sobre estas contradicciones en la
definición de la realidad de lo que trata este texto, pero
antes debemos analizar lo que se ha teorizado sobre los sistemas
simbólicos que estructuran la definción de la realidad.
Síntesis de
las tres líneas de concepción del poder de lossistemas
simbólicos
El recientemente fallecido sociólogo
francés Pierre Bourdieu, en su obra “Poder, Derecho
y Clases Sociales”, señaló la existencia de tres líneas
de pensamiento en cuanto al estudio del poder de los sistemas simbólicos
y elabora a su vez una síntesis que integra los presupuestos
de dichas corrientes. Así, como hemos señalado, existe
una perspectiva proveniente del idealismo neokantiano que considera
a los sistemas simbólicos como sistemas de conocimiento que
estructuran la realidad social. Este sería el punto de vista
que considera a los sistemas simbólicos como construcción
social de la realidad. En esta tradición idealista la objetividad
del sentido del mundo se define por el acuerdo de las subjetividades
estructurantes, es decir, en el ámbito de la intersubjetividad
o significados compartidos. Esta estructuración de la realidad
es lo que Bourdieu denomina el establecimiento de un orden gnoseológico
o sentido inmediato del mundo. De hecho tal y como se narra en muchos
relatos míticos sobre la creacción del mundo, nombrar
el mundo es crear el mundo, o dicho de otra manera, sólo
existe lo que tiene nombre.
Existe además otra perspectiva, de carácter
estructuralista, que se centra en el carácter de estructuras
estructuradas de los sistemas simbólicos, es decir, se centra
más en el opus operatum que en el modus operandi. Se parte
del punto de vista de que los sistemas simbólicos sólo
pueden ejercer un poder estructurador en tanto que ellos mismos
están estructurados. Este tipo de análisis permite
comprender la lógica específica de cada sistema simbólico
al despejar la estructura inmanente a cada producción
simbólica, es decir, se centra más en el cómo
que en el qué o el por qué. Es una visión que
complementa la primera, pues analizando los sistemas simbólicos
como estructuras estructuradas podemos averiguar cómo funciona
la lógica de la estructuración de la realidad. En
la actualidad esta estructuración se realiza principalmente
a través de la mediación de los sistemas de comunicación,
llamados acertadamente “medios”, con espectacular importancia de
la televisión a la hora de estructurar la realidad, por lo
que el análisis de la comunicación de masas será
de vital importancia para entender la forma de definir la realidad
actual.
Por otro lado el análisis marxista y
el weberiano se ocupan de los sistemas simbólicos en su papel
de instrumentos de dominación de unos grupos sociales sobre
otros. Es decir, se centran en las funciones políticas de
los sistemas simbólicos en vez de centrarse en el estudio
de su estructura lógica y su función gnoseológica
de conferir el sentido al mundo, o dicho de otro modo, en el para
qué de los sistemas simbólicos. Este análisis
revela que existe una cultura dominante que define la realidad para
el resto de la sociedad, pero que sin embargo tan sólo contribuye
a la integración real de las élites dominantes, mientras
que disimula y legitima las distinciones que estas hacen, de forma
que obliga a todas las subculturas a defenirse por sus distancia
respecto a la cultura dominante. Esto quiere decir que en la vida
cotidiana impera una definición de la realidad efectuada
en función de los intereses de las élites dominantes
para mantener la estabilidad del orden social, o lo que es lo mismo,
la dominación. Esta definción es por tanto de
carácter netamente conservador, pues tras esa idea de equilibrio
social existe un intento de ocultar unas relaciones de dominación
y que se acepten estas de modo natural como parte de la propia
definición de la realidad. A esta definición conservadora
de la realidad la vamos a denominar hiperrealidad, pues define una
realidad que se impone de tal forma que cumple las funciones estructurantes,
gnoseológicas y políticas descritas por Bourdieu.
Esta mascarada es lo que Foucault denominaba
“normalización” y se realiza a través de la
función política de los sistemas simbólicos
que al estructurar una realidad normalizan la dominación
presentándola como un hecho natural. Michel Foucault
denominó disciplina a esta mecánica de poder basada
en la normalización, aunque consideraba que era un fenómeno
que se daba sólo en la modernidad. Este autor señalaba
además la complementaridad de las disciplinas con la mecánica
de poder soberano basada en el monopolio de la violencia legítima.
Así la soberanía se basa en el derecho como principio
de legitimidad y ejercido a través de la violencia, mientras
que la disciplina se basa en la ciencia y se ejerce a través
de la persuasión y la vigilancia. Esta complementaridad es
de especial importancia si tratamos de buscar una alternativa. Las
palabras de Foucault nos ilustran al respecto:
“No es recurriendo a la soberanía en
contra de la disciplinas como se podrán limitar los efectos
del poder disciplinario, porque soberanía y disciplina, derecho
de soberanía y mecanismos disciplinarios, son las dos
caras constitutivas de los mecanismos generales del poder en nuestra
sociedad. Para luchar contra las disciplinas en la búsqueda
de un saber no disciplinario no se tendría que volver al
viejo derecho de soberanía, sino ir hacia un nuevo derecho
que sería antidisciplinario al mismo tiempo que liberado
del principio de soberanía.”
En estos tiempos de neoliberalismo conviene
recordar que parte de la utopía del antiguo liberalismo era
eliminar las leyes mediante la interiorización del comportamiento
considerado legítimo por parte de todos los ciudadanos. Es
decir, la sujeción de toda la sociedad mediante principios
disciplinarios con la consiguiente abolición del derecho
y la soberanía. Sería esta una cruel perversión
de las tesis anarquistas que debido a su papel de garantes de la
dominación también buscaban eliminar el derecho y
la soberanía , pero no para sustituirlo por una mecánica
disciplinaria, sino por una forma de poder que emanara de cada individuo
y se estructurara hacia la sociedad. Se puede considerar por tanto
que debido a la influencia del neoliberalismo se está llegando
a sociedades cada vez más estructuradas por formas de dominación
disciplinarias, relegándose el uso de la violencia ejercido
desde la soberanía legitimada a aquellos ámbitos en
los que no funciona la mecánica de la normalización.
De ahí que paralelamente al desmantelamiento del estado de
bienestar se estén creando estados policiales cada vez más
represores y, en el plano internacional aumenten las intervenciones
militares exteriores sobre países considerados peligrosos
por su influencia ideológica, como Afganistán, Irak
o la Colombia de las FARC.
Las instituciones sociales se presentan a sí
mismas con unos objetivos que están de acorde con la definción
conservadora que se efectúa desde la hiperrealidad, de modo
que en esos ámbitos formales todos los sistemas simbólicos
están adaptados a esa visión. Además, los sistemas
de poder dominantes se estructuran en torno a esa simbología
definida, de forma que se distribuye el capital simbólico
conforme a las reglas de la definción conservadora de modo
que, si se quiebran, se pierde la posibilidad de comunicación,
dado que esta se hace en otros términos (otros símbolos).
Por tanto, la definición conservadora o hiperrealidad
es un sistema de comunicaciones cerrado en el cual se bloquea la
entrada de elementos críticos pues necesitan de una traducción
al sistema de símbolos que anula esa posibilidad crítica.
Dicho de otra forma, el idioma simbólico que habla la hiperrealidad
es distinto del que hablan las críticas desde fuera del sistema
o subrealidades, por lo que nunca se pueden llegar a entender. Este
es un hecho que se puede comprobar diariamente en las respuestas
que ofrecen los ministros y demás gobernantes a las críticas
planteadas desde los más diversos movimientos sociales. Lo
que hacen es traducir la cuestión planteada al lenguaje simbólico
hiperreal de forma que se elimina toda posibilidad de crítica
al sistema. La consecuencia evidente de esto es la conservación
(o estancamiento) del orden social (la dominación) y el bloqueo
de la renovación creativa de la propia sociedad. Sin
embargo esta situación nos permite aprender una valiosa lección,
que no es otra que la necesidad de hablar un mismo lenguaje simbólico
para poder resolver un conflicto, de forma que es imposible un diálogo
con símbolos antagónicos. Esta es la idea vocacional
de la ciencia, que tiene la pretensión de crear un lenguaje
simbólico objetivo con el cual la comunicación pueda
ser viable, sin embargo en la propia imposibilidad metafísica
de esta tarea reside la principal falacia de la ciencia que la convierte
en el principal mecanismo de dominación disciplinaria. Hay
que señalar, antes de pasar a analizar más detenidamente
a la ciencia como mecanismo disciplinario, que debido a que parte
de una posición de fuerza superior a la de las subrealidades,
están se ven obligadas a definirse con respecto a esta, estando
siempre en desventaja pues los símbolos hiperreales son un
sistema cerrado en el que es muy difícil crear agujeros.
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Hiperrealidad y ciencia
Desde su propio nacimiento, la ciencia ha tratado
de buscar una definición de la realidad social que transcendiera
el punto de vista del sentido común, o la mera apariencia
de la realidad, y acercarse a la realidad oculta. De este
modo la ciencia entró rápidamente en conflicto con
la definición religiosa de la realidad de las sociedades
premodernas, y, en cierta medida, la derrotó. De este modo
se construyó una nueva hiperrealidad legitimada a través
de principios científicos, de modo que la posibilidad de
poner en cuestión esa definición a través de
comprobaciones objetivas permitiera alejarse de falsas definiciones.
Sin embargo la ciencia no permaneció ajena a la distribución
de poder, y pronto fue usada para normalizar o naturalizar las nuevas
relaciones de dominación surgidas en la modernidad de forma
que el nuevo orden social capitalista se legitimara científicamente.
Esto pudo suceder porque ni siquiera la ciencia es realmente objetiva,
sino que se situa también dentro del campo intersubjetivo
de lo que se acepta como válido. Aquí nos tenemos
que remonatar a la premisa kantiana con la que empezábamos,
la que dice que la realidad no puede ser objetiva por la propia
naturaleza de nuestra percepción. Tanto la realidad social
que emana de la hiperrealidad como la ciencia están construidas
desde determinadas instituciones o agentes sociales que controlan
sistemas simbólicos utilizados como instrumentos de conocimiento
y comunicación. La legitimidad de una teoría científica,
en cuanto forma parte de esa realidad social, dependerá,
como señalaba Kuhn, de la aceptación de la misma por
parte de la comunidad científica, es decir, del poder simbólico
acumulado por el investigador en la investigación, independientemente
de lo acertado o no de sus resultados. En las ciencias sociales
los problemas para la objetivación y la manipulación
de ésta han sido más evidentes pues el objeto de estudio
consiste en las propias relaciones sociales que se tratan de ocultar
con la mascarada de la hiperrealidad. De este modo se ha ido construyendo
una ortodoxia dominante basada en el consenso entre varios departamentos
universitarios de gran prestigio (es decir, con grandes dosis de
capital simbólico acumulado) que relegaba a posturas heterodoxas
sin transcendencia las visiones que problematizaban la realidad
social tal y como se presentaba. Bajo el nombre de funcionalismo,
estructural-funcionalismo o teoría de sistemas, se construyeron
dispositivos epistemológicos con gran apariencia de ciencia
que legitimaba proposiciones del sentido común y la presentación
que de sí hacen instituciones y agentes sociales. Es decir,
a partir de la modernidad se ha legitimado la hiperrealidad a través
de un uso instrumental de la ciencia que se ha ido dotando cada
vez más de principios cuantitativos positivistas para crear
una ilusión de consenso que legitime la hiperrealidad.
La creación de una ciencia económica
basada en el supuesto de la racionalización cuantitativa
de las decisiones por parte de los sujetos responde a esta lógica,
de forma que, al definir la realidad en ciertos términos
cuantitativos, se construye una realidad con una determinada forma.
Dicho de otro modo, la ciencia económica no describe la realidad
en la que se ve inmersa, sino que construye un tipo de sociedad
en la que impera la lógica economicista que impone. Estos
principios cuantitativos impuestos desde el positivismo economicista
nos invaden desde todos los ámbitos: el sistema político
se legitima a través de elecciones en las que lo importante
es el número de gente que apoya determinadas opciones, pero
en las que no se tienen en cuentan las razones cualitativas de otras
voces que al abstenerse deslegitiman el sistema electoral. De forma
paralela, los estudios de opinión pública se realizan
a través de encuestas y sondeos en los que el encuestado
se tiene que adaptar a las categorías impuestas por los diseñadores
del cuestionario, que en realidad imponen sus categorías
del percepción al ciudadano encuestado, que queda transformado
parte de un porcentaje o mera masa. De la misma manera las únicas
posibilidades de participación en la vida política
del electorado consiste suscribir las propuestas hiperreales efectuadas
por los partidos políticos que consensúan principios
básicos de la acción política y que se diferencian
tan sólo en aspectos técnicos de cómo administrar
el orden existente. La información que nos llega a través
de los medios de comunicación es seleccionada a través
del principio cuantitativo de la audiencia, y deja de lado la calidad
de los contenidos o las demandas de sectores minoritarios. Como
también ha señalado Bourdieu (nota a pie), la gran
influencia de la televisón en nuestras sociedades conlleva
un efecto de arrastre a otros ámbitos culturales que hace
que se mercantilice toda actividad humana. De este modo se trasladan
los principios cuantitativos que rigen en la economía a otros
ámbitos antes no mercantilizados, se masifica la educación,
el arte, el ocio... Lo importante en este modelo economicista no
es la calidad del producto ofrecido, sino la cantidad de usuarios
o consumidores, lo que implica que lo importante no es elaborar
bien un producto, sino convencer al público para que lo compre.
Esto puede ser normal en la producción de ciertos bienes
pero llega a ser aberrante en cuanto a servicios básicos
como la salud o la educación o productos culturales como
el arte, el ocio o la misma información sobre la realidad.
Se establece por tanto un sistema de dominación por la persuasión,
labor que se efectúa desde los sistemas simbólicos
mediante la elaboración cuidadosa de una hiperrealidad que
deja fuera del mundo los sistemas simbólicos que no encajan
en el esquema. Así, quedan marginadas del orden social las
formas de arte minoritarias que no venden a las masas así
como cualquier forma de acercamiento a la realidad no mediada por
los grandes medios de comuniación. En el aspecto artístico
este hecho especialmente evidente en la industria musical, que por
el mero hecho de ser una industria condena al arte de Morfeo. En
este sentido los nuevos las posibilidades de los nuevos soportes
informáticos abren una expectativa en la que aún es
posible la liberación de este arte, aunque presumiblemente
pronto degenerará en masificación y los estilos musicales
alejados de las superventas serán igualemnte conocidos por
unos pocos.
Bourdieu proponía un acercamiento
a la realidad social a través de la ruptura de este esquema
disciplinario aceptando los peligros de falta de legitimidad que
implica asumir la heterodoxia para poder transcender la mera legitimación
de la realidad tal y como se presenta que se realiza a través
de la sociología ortodoxa. Sin embargo esta tarea de una
sociología crítica difícilmente podrá
dotarse de legitimidad si no se dota también de poder simbólico,
con lo que sería preciso configurar las formas de dotarse
de ese capital simbólico que permita romper con las sociologías
que reproducen la hiperrealidad. Es la gran paradoja de la sociología
crítica, que mientras que es muchas veces la sociología
que mejor se acerca a la realidad social objetiva, no es considerada
científica o es menospreciada por la sociología conservadora
dominante, de modo que para ser tenida en cuenta tiene que acercarse
a los paradigmas dominantes y alejarse por tanto de la realidad
social. Por otro lado hay que tener en cuenta que la sociología
crítica no siempre realiza crítica sociológica
ni toda la crítica sociológica está efectuada
por la sociología crítica. De ahí que surge
una necesidad de complementarización desde ambos ámbitos.
De este modo, desde sistemas de saber minoritarios, que Foucault
denominaba genealogías, se establecen definiciones de la
realidad que nacen de un contacto directo con las circunstancias
históricas y entran en conflicto con la definición
conservadora. Así Foucault concibe la lucha por la definición
de la realidad como una lucha entre estos saberes y el conocimiento
científico:
“Llamamos genealogía al acoplamiento
de los conocimientos eruditos y de las memorias locales que permite
la constitución de un saber histórico de la lucha
y la utilización de ese saber en las tácticas actuales.
Se trata de hacer entrar en juego los saberes locales, discontinuos,
descalificados, no legitimados contra la instancia teórica
que pretende filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del
conocimiento verdadero y de los derechos y de los derechos de una
ciencia que está detentada por unos pocos. Se trata de la
insurrección de los saberes no tanto en contra de los contenidos,
los métodos o los conceptos de una ciencia, sino, y sobre
todo, contra los efectos del saber centralizador que ha sido legado
a las instituciones y al funcionamiento de un discurso científico
organizado en el seno de una sociedad como la nuestra. La genealogía
debe dirigir la lucha contra los efectos de poder de un discurso
considerado científico. La genealogía sería,
pues, la oposición a los proyectos de una inscripción
de los saberes en la jerarquía del poder propia de la ciencia,
una especie de tentativa para liberar los saberes históricos
del sometimiento. Es decir, hacerlos capaces de oposición
y de lucha contra la coacción de un discurso teórico,
unitario, formal y científico. La reactivación de
los saberes locales contra la jerarquización científica
del conocimiento y sus efectos intrínsecos en el poder.”
Aunque se haya derrumbado la ortodoxia dominante
en la sociología durante la segunda mitad del siglo veinte,
las condiciones que creaban la base de la dominación científica
sobreviven. La ciencia no ha de construir una nueva ortodoxia que
defina una realidad de modo unívoco, sino que debe permitir
el paso a nuevas definiciones de la realidad de forma que
al aceptar una multirrealidad no se caigan en dogmatismos que definan
conservadoramente la realidad. Se trata de pues derruír la
hiperrealidad y sustituirla por una conciencia de que existen muchas
definiciones de la realidad y que ninguna goza de la Verdad absoluta,
un paradigma de los multiparadigmas. En palabras de Foucault: “Si
queremos proteger estos fragmentos liberados no nos expongamos a
construir lo mismo con nuestras manos, un discurso unitario. Estos
fragmentos de genealogía producidos han permanecido rodeados
de un silencio prudente. El silencio, o mejor dicho, la prudencia,
con la que las teorías unitarias eluden la genealogía
de los saberes”. Y estos saberes genealógicos se encarnan
en la actualidad en las definiciones alternativas de la realidad
que se efectúa desde los movimientos sociales, en su construcción
cotidiana de subrealidades que parten del contacto directo con otras
formas de percibir la Naturaleza. Se hace necesario por tanto un
acercamiento y confluencia entre la crítica sociológica
efectuada por los movimientos sociales y la sociología crítica
efectuada desde ámbitos académicos.
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Lucha política como
lucha por la definción de la realidad: subrealidades
Al aplicar al análisis de la movilización
social este análisis de como se define la hiperrealidad,
observamos que el conflicto entre los movimientos sociales y el
Poder se trata de un mero conflicto de definición de la realidad.
Así, la principal característica de los movimientos
sociales es que rechazan la definición de la realidad que
establece en su favor el Poder, y a través de un contacto
directo con las realidades locales, o genealogías en términos
de Foucault, elaboran una redefinición de la realidad que
cuestiona la legitimidad de la hiperrealidad. El primer paso para
la ruptura con la hiperrealidad es el reconocimiento de que el funcionamiento
del Estado no obedece a los intereses de la colectividad a la que
dice representar, sino que sigue una dinámica propia marcada
por la dinámica del Poder que señalaron autores como
Max Weber o los clásicos anarquistas. En la actualidad los
intereses que defiende el Estados son los de las grandes corporaciones
que sufragan los gastos electorales de los partidos, que son a la
vez dueñas de los medios de comunicación y que
tienen capacidad para influir en las decisiones de instituciones
públicas a través de grupos de presión. De
esta manera, a través de la capacidad de las élites
de influir en la definición de la hiperrealidad se crea una
definición de esta en la que se hace coincidir los intereses
del colectivo al que se afirma representar con los de las élites
que lo dirigen, en este caso las corporaciones económicas.
En los medios podemos observar claramente esta ilusión casi
a diario, cuando hablan de los intereses de “nuestro país”
afectados en tal o cual crisis en cualquier parte del mundo, curiosamente
coinciden con los de corporaciones transnacionales cuyos principales
accionistas son a su vez otras corporaciones transnacionales en
una compleja madeja en la que la identificación nacional
carece de sentido. Sin embargo al identificar los intereses estatales
con los de dichas corporaciones se abre camino al estado para actuar
en pro de los intereses de estas sin que quepa la posiblidad de
cuestionar éticamente dichas acciones, y menos aún
las acciones de estas corporaciones.
A la vez el Poder muestra distorsionadamente
la identidad de los movimientos sociales a través de los
medios de comunicación en los que realiza cotidianamente
su definición de la hiperrealidad. Tal y como han señalado
autores como Bourdieu o Baudrillard, existen mecanismos que actúan
sobre el campo periodístico que hacen innecesaria la existencia
de una censura por parte del Poder que controle las porciones de
realidad que estos muestran. Debido a la gran inversión
que es necesaria en un medio de comunicación con una calidad
técnica digna se ven obligados a competir en mercados sin
segmentar. A través de la presión de los índices
de audiencia o la venta de ejemplares creada por la competencia
se crea un producto, que no olvidemos que no es otro que la información
que define la realidad no inmediata, cuya forma de elaboración
le dota de un carácter homogéneo para llegar a un
público lo más amplio posible. Este producto se verá
libre de toda posible crítica a la hiperrealidad, cuyo origen
está en la definición que de sí misma realizan
las instituciones públicas, por el miedo a perder audiencia
ante la posibilidad de herir sensibilidades (es decir, despertar
conciencias). Se ocultan de este modo los procesos de miseria y
realidades alternativas que desencadenan procesos sociales de conflicto
posteriormente y se muestran porciones de realidad intranscendentes
en las que el expectador se habitua a la existencia permanente de
guerras o desastres naturales sin que se pueda realizar un análisis
sobre las causas de las mismas que transcienda la versión
ofrecida por la hiperrealidad, que es siempre la de las instituciones
públicas no olvidemos. Además ese producto homogéneo
y acrítico parte de un sector social determinado al que pertenecen
los periodistas y que impone al resto de la sociedad sus categorías
de percepción de clase media universitaria, acomodada y urbanita.
La hiperrealidad se construye por tanto de forma inintencionada
como efecto de la expansión social de determinadas categorías
de percecpción que los periodistas suponen en un público
homogenizado para conseguir más audiencia pero que en realidad
se corresponden tan sólo a las suyas propias, adaptadas a
la hiperrealidad previamente debido principalmente a su paso por
la universidad..
Esto hace sumamente difícil que los
medios puedan hacer visualizar otras realidades que emanen desde
otras categorías de percepción, pues se centran en
aspectos superficiales y anecdóticos que evitan que transcienda
la propuesta alternativa que hay detrás, es decir, una definción
alternativa de la realidad, cuando no criminalizando y deslegitimando
directamente. Para ello se visualiza tan sólo la anécdota
del hecho violento puntual y se evita que aparezca el discurso antisistema
realizado desde posturas alternativas. Aquí es cuando entra
en juego la manipulación efectuada desde el Poder, que da
versiones oficiales de acuerdo con la hiperrealidad, de forma que
obliga a todos los demas actores sociales a redefinir su subrealidad
con respecto a ella, para que pueda ser comprendida por los
medios de comunicación. Sin embargo, el Poder tiene que actuar
bajo la propia definición de la realidad que le da legitimidad
democrática, por lo que usurpan los valores éticos
en los que se basa la legitimidad del sistema representativo y tratan
de mostrar en su definición de la realidad que son las otras
definiciones las que utilizan los medios ilegítimos que contradicen
la ética. De este modo tan sólo las personas que tienen
acceso a un conocimineto directo con la realidad pueden establecer
un discurso crítico con la hiperrealidad que se muestra desde
los medios, porque esta se muestra de un modo completamente coherente
y con consistencia lógica.
Cada movimiento parte de una definición
ética de la realidad diferente surgida del contraste que
surge cuando la percepción local choca con la representación
construida en la hiperrealidad. Se crea por tanto una multirrealidad
alternativa a la hiperralidad que se establece en forma de conflicto,
pues se opone a esta y que se plantea como agregación de
subrealidades surgidas como contradefinición de la propia
hiperrealidad por contraste directo con la realidad que se pretende
definir. Por otro lado, las definciones que componen la hiperrealidad
están formadas por sistemas simbólicos que usan símbolos
muy distintos a los de las subrealidades marginales, por lo que
encuentran muchas veces con problemas para llegar a un público
más amplio acostumbrado a los símbolos usados en la
definición de la hiperrealidad. La importancia de la acción
de los mal llamados grupos antiglobalización radica en que
por primera vez en la historia la crítica al sistema desde
las subrealidades se han unido a través de crearse una identidad
basada en definirse en contra de lo que todas sus variantes están:
el capitalismo (no la globalización). Y lo han hecho sin
crear una nueva hiperrealidad totalizadora, una ideología
global que integre toda la oposición, sino a base de agregar
subrealidades basándose en la oposición a la hiperrealidad.
El tradicional problema de desunión de la izquierda tiene
su origen en la incapacidad de crear un paradigma de multiparadigmas
(o realidad de multirealidades) y de que se ha tratado de imponer
la propia definición de la realidad a los otros grupos con
subrealidades propias.
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Superación de la distinción entre
izquierda y derecha
Si aplicamos este análisis sobre
la definicición de la realidad al sistema político
observamos que la tradicional distinción entre izquierda
y derecha queda obsoleta y se hace necesario superarla. Así
pues si tomamos la definición de la izquierda como la lucha
o acción política elaborada desde una ética
que se dirige hacia lograr la emancipación de la humanidad
de la dominación a través de principios de libertad
e igualdad, y la derecha como la acción política
como la administración del orden existente, vemos que estas
categorías no se corresponden en la actualidad con los grupos
políticos que se definan según una u otra. Por
otro lado habría que señalar el carácter ficticio
de la categoría centro al ser apropiada por la derecha para
evitar con ello ser considerada como tal e identificada con posiciones
reaccionarias despóticas. Así mismo habría
que señalar que la categoría de reacción, entendida
como el retorno a posiciones de privilegio anteriores, se
da sólo cuando se percibe una amenaza que haya arrebatado
dichas posiciones, de modo que se dará sobre todo en épocas
de progreso social. En otras épocas, esos mismos privilegiados
se limitarán a abogar por la gestión del orden social.
Teniendo en cuenta estas definciones, lo que en realidad se corresponde
con una perspectiva ética de izquierda emana de los movimientos
sociales y lo que se corresponde a la administración del
orden a los partidos y políticos, grupos de interés
y demás organizaciones institucionalizadas, pues aunque se
definan como izquierda aceptan el consenso común con la derecha
de administrar el orden. Una vez más un análisis más
profundo de las instituciones nos lleva a dudar de lo que estas
dicen sobre sí mismas, de su presentación en la hiperrealidad.
La acción política en la actualidad
se debería definir por criterios de definición de
la realidad, distinguiendo entre los tipos de acción que
se enmarcan dentro la definición de la realidad efectuada
desde el Poder, la hiperrealidad y las que se basan en otras
definiciones de la realidad, las subrealidades alternativas. Así
en las formas de acción integradas las identidades se basan
en meras discusiones técnicas sobre el modo de gobernar,
pero no se pone en cuestión el sistema al aceptarse la definición
de la realidad hecha desde el Poder (de hecho, ellos son parte del
Poder). En las formas de acción alternativas se podrían
distinguir entre las que basan su identidad en torno a una cuestión
ética: antimilitarismo, ecologismo, antipatriarcal, apoyo
a minorías étnicas (indigenismos) etc. y las que lo
basan en una cuestión emotiva/mítica (un sentimiento
o un mito): nacionalismos o ideologías emancipatorias. Es
decir, por un lado los llamados nuevos movimientos sociales y por
otro los movimientos inrurgentes tradicionales de la modernidad.
De modo que si consideraramos a la izquierda como la acción
política desde la ética, obtenemos que no ha existido
una verdadera izquierda ética en la acción política
hasta el último tercio del siglo XX, razón de más
para desechar ese término, pues la distinción entre
izquierda y derecha existe desde la revolución francesa.
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Construcción de una alternativa
formal
Una tarea esencial para construir una multirrealidad
no totalizante es recuperar palabras “prostituidas” por la definición
conservadora de la realidad. Así “democracia”, dentro del
sistema simbólico hiperral actual no significa autogobierno,
sino todo lo contrario, despotismo. Esto es así porque se
ha asimilado el término al sistema representativo mayoritario
en el cual la participación en las elecciones implica aceptar
gobierno de la opción elegida por la mayoría, de modo
que sólo acceden a tener representación política
aquellas fuerzas políticas con suficiente capacidad de financiación
como para organizar campañas electorales a gran escala. Así
cuando se accede al poder no se hace en nombre de toda la ciudadanía,
o en representación del electorado que ha votado, sino se
representan los intereses de las corporaciones capitalistas que
han financiado al partido. Sin embargo el verdadero poder manipulador
del sistema mayoritario es que fuerza a tomar como consenso lo que
no es más que la opinión de la mayoría, cosa
que exige el consenso previo de aceptar lo que la mayoría
diga. Ese consenso previo es ilusorio y se rompe en circunstancias
tales como cuando la mayoría decide llevar a cabo acciones
que atentan contra los principios éticos fundamentales de
las minorías excluidas mediante la votación, como
es la destrucción de vidas humanas (fabricando, comerciando
y usando armamento) en favor de beneficios económicos de
élites comerciales. La verdadera democracia implica el gobierno
del pueblo, sin jefes ni representantes, o al menos que existan
mecanismos para que los que rechacen representación puedan
tener acceso a formas de participación que permitan una acción
política que esté de acuerdo con sus puntos de vista
éticos. Se ha de recuperar el término democracia en
sentido de autogestión del gobierno por la ciudadanía
a través de fomentar cultura de participación política,
fomentar política de consenso general en vez de negociación
de intereses particulares que se raliza mediante la presión
de grupos de interés y que lleva inevitablemente al beneficio
de los poderosos. Del mismo modo democracia ha implicado tradicionalmente
la existencia de libertad de expresión y se alude a la ausencia
de normativa represiva en este sentido como prueba a favor de esto.
Sin embargo, como hemos visto, la mecánica disciplinaria
crea otros mecanismos por los que no es necesaria la represión
directa al bastar la autocensura de la normalización que
define la hiperrealidad.
Por otro lado la forma de entender la democracia
de la hiperrealidad va asociada a la forma política del Estado-Nación
y a la consiguiente expresión del dominio político
coercitivo sobre un territorio. Ambos conceptos, estado y nación
pueden plantear serios problemas si se deja de lado las presentaciones
hiperreales que como instituciones hacen de sí mismas y se
trata de observar lo oculto tras estas. Por estado se entiende
al conjunto de instituciones que obstentan el monopolio de la violencia
legítima en un territorio. Sin embargo, desde diversos sistemas
éticos más o menons pacifistas, la violencia nunca
puede ser legitimada, por lo que la mera existencia de un estado
según esta definición es una paradoja en sí.
Los actuales estados occidentales legitiman monopolio de la violencia
en que es usada para defender a la sociedad de sus posibles agresores,
cuando en realidad se dedican a defender los sectores sociales que
desde la hiperrealidad han identificado como los portadores de los
intereses nacionales. Por nación se entiende al grupo étnico
con pretensiones políticas sobre un territorio. Sin embargo
en la modernidad los grupos étnicos han sido homogeneizados
por la civilización y las comunidades humanas heterogeneizadas
por las migraciones de forma que no existen asentamientos territoriales
que se adapten a las características étnicas de ningun
grupo. Esto implica que toda pretensión de crear estados
en torno a la nación crea inevitablemente minorías
marginadas dentro de ese territorio. Obtenemos por tanto que democracia
entendida como autogobierno del pueblo es contradictorio con la
forma política del estado nación, por lo que se hace
necesario la búsqueda de otra forma política que nos
permita acercarnos un poco más a la utopía que supone
la democracia.
Es importante recordar que no es la tarea del
filósofo adelantar cual será esa forma política,
pues si se llevara a cabo no sería más que otra forma
de imposición despótica de una hiperrealidad. Lo único
que se puede decir desde la teoría son las condiciones que
ha de cumplir esa forma política para que pueda considerarse
una democracia. Se trata de no reproducir las formas que llevan
a la totalización de la realidad cuando se trata de renovar
los contenidos de la definición de la realidad, sin crear
por tanto otra hiperrealidad. Ya lo decía Nietzsche, “ten
cuidado cuando trates de luchar contra tus monstruos pues puede
que te vuelvas uno de ellos”. Así pues es conveniente
un análisis cuidadoso de los medios que utiliza la hiperrealidad
para imponerse, pero no para tratar de apropiarse de ellos,
sino para evitarlos y con ello evitar la construcción de
otra hiperrealidad totalizadora. Es decir, no sólo se trata
de renovar los contenidos de la hiperrealidad construyendo una multirrealidad
a base de las subrealidades, sino que para poder hacer esto debemos
cambiar también las formas que lo hacen posible. Es aquí
cuando hay que recuperar de nuevo los planteamientos de Foucault
acerca del poder en su vertiente microfísica, y oponernos
tanto los mecanismos disciplinarios como los de la soberanía.
Hay que realizar pues un análisis formal
de la acción política, es decir, centrarse en el estudio
de la forma política más que en el contenido, como
porponía George Simmel. No importa el contenido del Poder,
ni lo buenas o malas que sean sus intenciones, si se dota de formas
de coacción tanto disciplinarias como soberanas el resultado
será inevitablemente la aniquilación de la variedad
y por tanto el despotismo. Esto nos que nos llevará a distinguir
entre las formas de acción política instrumental,
en la que el fin justifica los medios (violencia, jerarquización,
disciplina, despotismo...), y las formas de acción política
substancial, en la que los medios se equiparan a los fines (noviolencia,
horizontalidad, desobediencia, asamblearismo ...). La elección
de unas u otras formas depende de la racionalidad para la consecución
de fines, pero también de la coherencia con la ética,
pues los medios se pueden convertir en fines en sí mismos
y los fines se convierten en los únicos medios para esos
fines, a modo de ejemplo, medios violentos nunca llevarán
a una sociedad sin violencia, organizaciones jerarquizadas nunca
conseguiran una democracia etc. Así, si se parte desde una
identidad ligada a la ética, es normal que no se acepten
medios de acción política instrumental pues no servirían
para conseguir el fin deseado. De ahí que las formas de acción
política substancial sólo hayan surgido con las formas
de acción política que emanan desde la ética.
Los contenidos políticos vienen dados por la forma de acción
política del mismo modo que los fines lo hacen por los medios.
La alternativa planteada desde la ética
llevará inevitablemente al desarrollo de una alternativa
política concebida tan sólo como estructura formal
en la que se garantice que desde las distintas subrealidades la
ciudadanía pueda incluir sus propios contenidos, en vez de
tratar de imponerlos desde la ideología creando otra hiperrealidad,
como se ha intentado hacer hasta ahora en la política de
la izquierda. Esta es la razón por la que han surgido tantos
movimientos sociales definidos en negativo, antimilitarismo, antipatriarcal,
antifascista, anticarcelario...: pues permite la libertad de la
creación colectiva de una alternativa sin imponer los propios
contenidos. En este sentido tal y como selñaló Roberto
Melucci, la importancia de los movimientos sociales radica en que
son formas de poder alternativas, y si tienen tantos problemas para
coordinarse entre sí no es precisamente por la diferencia
de contenidos, sino porque todavía los presupuestos éticos
de la acción política como acción substancial
no están todavía asimilidos en el repertorio colectivo
de acción, con lo que reproducen inevitablemente formas de
despotismo a pequeña escala que bloquean cualquier intento
de libre coordinación.
Así el funcionamiento asambleario supone
un ejercicio de democracia directa que evita caer en la trampa de
cuantitivizar las opiniones, permitiendo crear procesos que lleven
a la formación de un consenso. Este proceso implica la modificación
de las opiniones para adaptarlas al punto de vista opuesto. Se podría
argumentar que existen situaciones en las que no es posible
llegar a un consenso, pero en esos casos no tendría sentido
la acción colectiva. Por otro lado no se debe confundir el
proceso de construcción de consenso con un proceso de negociación
en el que lo que prima son los intereses individuales y se parte
de la intención de velar por esos intereses. De este modo,
dado que existe desigualdad en la distribución de recursos
de negociación, se imponen las decisiones que benefician
a los intereses de los más privilegiados y que se legitiman
con ello. Para llegar a un consenso sobre acción colectiva
hay que centrarse en que la negociación se realice en términos
de intereses colectivos, de forma que lo que en realidad está
en juego es el consenso de los valores que hay detrás, es
decir, de las subrealidades de las que parten los actores sociales.
Hay que señalar no obstante que no estoy
proponiendo aquí nada nuevo, la alternativa política
como multirrealidad con lógica substancial ha recibido desde
hace tiempo el nombre de noviolencia, escrito junto, pues esta es
algo más que una forma incruenta de acción colectiva.
Al ser una herramienta de acción política permite
al que la use dotarse de una coherencia y legitimidad necesaria
para conseguir sus fines, de forma que se eliminen los problemas
que llevan aparejados las formas de racionalidad instrumental y
se respete las opiniones de todas las personas que participen en
la acción colectiva. Por otro lado, la teoría de la
noviolencia ha sido desarrollada en el movimiento antimilitarista
desde las aportaciones inciales de los autores clásicos hasta
elaborar una compleja apuesta por la acción política
de formas. De este modo, al centrarse en la oposición directa
a los mecanismos que usa el Poder para imponer la dominación,
la microfísica del Poder en términos de Foucault,
se consigue una teoría de emancipación que no caiga
en el riesgo de convertirse en despotismo y permita la creación
de un paradigma de multiparadigmas. Es por eso por lo que nos vamos
a centrar en el análisis de la realidad que se realiza desde
el movimiento antimlitarista por ser desde este ámbito de
saber local donde se ha desarrollado una teoría política
centrada en la forma.
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La subrealidad antimilitarista
Desde el movimiento antimilitarista se observa
una agresión a la sociedad por parte de las instituciones
que autoproclaman las encargadas de defenderla. Se parte por tanto
de un cuestionamiento del concepto de defensa tal como se entiende
militarmente, pues se basa en la construcción artificial
de un enemigo que legitime la lógica militarista (jerarquía
de mando, obediencia ciega, instrumentalización de la violencia)
así como el coste social de la misma (conscripción,
aumento anual del gasto militar, abuso de poder... ). La defensa
social es entendida desde el movimiento antimilitarista como cualquier
conjunto de estrategias y medios destinados a defender a los individuos
o pueblos de los que éstos entienden como amenaza. Desde
este punto de vista, la defensa social no tiene porqué
ser militar, que adquiere esta condición por imposición
del Poder debido a una mezcla de tradición guerrera e intereses
políticos y económicos actuales. Los antimilitaristas
señalan además que tal y como se concibe la defensa
militarmente se defiende el Estado y el Mercado, y se consideran
como amenazas tan solo aquellas que afectan a los intereses de unas
élites determinadas.
Este análisis implica una dura crítica
al papel tradicional de los ejércitos y la guerra,
tanto en su acción externa como en su acción interna,
hacia la población del propio estado, como medio instrumental
de la dominación para mantenerse y expandirse. Esto lleva
ha hacer un análisis profundo del concepto de militarización
social y de la violencia estructural generada por el sistema socioeconómico,
de ahí el carácter anticapitalista que también
tiene el movimiento. Se observa por tanto un refinamiento progresivo
las implicaciones sociales de la militarización, que empieza
por un cambio en las funciones defensivas con las que se había
legitimado a los ejércitos hacia una orientación cada
vez mayor hacia la intervención exterior. Se construyen
guerras física y mediáticamente para, además
de vender armamento a ambos bandos, justificar la existencia de
un ejército cuyo único sentido radica en intervenir
para poner paz o hacer llegar ayuda humanitaria cuya efectividad
es bastante cuestionable, pues legitiman como interlocutores o receptores
de esa ayuda a bandas armadas de carácter mafioso. Además
la militarización tiene unas dimensiones económicas
en las que los gastos militares van ocupando cada vez más
espacio, pero también la industria y tráfico de armamento.
Según datos de Pere Ortega de la Campaña Contra el
Comercio de Armas (C3A) el comercio de armas constituye el tercer
negocio del mundo en importancia por volumen de capital manejado,
tras el petróleo y las drogas.
Por eso desde el movimiento antimilitarista se propone
una alternativa de defensa social que pretende por completo transformar
el sistema político actual basado en la representación
mayoritaria en el marco del Estado-Nación. Se trata de una
concepción de la defensa entendida como aquella concepción
política y participativa de construcción social que
conlleva una convivencia basada en la solidaridad, en unas relaciones
de respeto y justicia entre las personas, los pueblos y además
en equilibrio con la naturaleza. Con esta alternativa lo importante
es la defensa de los valores sociales, del libre ejercicio de los
derechos y las libertades, del desarrollo económico
solidario con las demás personas y con la naturaleza, así
como, la protección ante las agresiones de transnacionales,
de especulaciones, de colonización cultural, de los medios
de comunicación...
Los antimilitaristas pretenden racionalizar el proceso
de construcción del enemigo, sujeto en la actualidad a la
identificación emotiva de los interes nación con los
intereses de las élites dominantes. Esto les lleva necesariamente
a plantear la necesidad de procesos en los que se rompa con la dinámica
de manipulación desde el Poder de tal modo que impone los
criterios y estrategias para una defensa social instrumentalizada
en pro de intereses capitalistas. Los objetivos de esta defensa
alternativa han de ser por tanto diseñados y asumidos por
el conjunto de la ciudadanía de forma que esté unida
permanentemente a la organización de la sociedad que pretende
defender, pues forma parte de su entramado cultural, socio-político
y económico siempre en coherencia entre fines y medios. Este
proyecto se lleva a cabo a través de organización
(grupos de base, autogestión, asamblea, autoorganización,
apoyo mutuo, resolución noviolenta de los conflictos) y
acción (no colaboración, huelga, desobediencia civil,
contrainformación...) y formación (original, creativa,
con imaginación, abriendo y recuperando espacios sociales
arrebatados por el Poder). De este modo la alternativa de defensa
es un hecho social que ya está realizando desde la sociedad
y no algo utópico a diseñar. Se trata de construir
una sociedad civil politizada participativa que sea capaz de destruir
la invertir la jerarquía del poder para construir un sistema
político que emane de lo individual a lo colectivo, de abajo
arriba.
Esta concepción armónica de la
vida social no supone caer en la ingenuidad de que se eliminan los
conflictos de la sociedad. Se trata por el contrario de crear mecanismos
de regulación de los mismos que lleven a una resolución
noviolenta de estos. Esto implica necesariamente la creación
e institucionalización de formas de diálogo cuyo objetivo
llegar a soluciones de consenso conforme a unos principios generales
que presupongan el interés colectivo. Esto cambiaría
radicalmente la concepción actual de diálogo como
negociación en la que se parte de posiciones de fuerza y
en la que las desigualdades de poder entre las distintas partes
llevan a una legitimación de la ley del más fuerte.
La abolición de los ejércitos
que exige el movimiento antimilitarista se ha de contextualizar
en un marco en el que se crea otra dinámica de Poder y se
rompe con la forma y la lógica del Estado-Nación.
Esto hace que no tenga sentido la habitual objeción a la
desmilitarización de considerar que la sociedad se queda
indefensa ante una invasión extranjera, porque el propio
término extranjero sólo tiene sentido como concepto
construido en un contexto de nacionalismo. Si nos olvidamos de este
prisma distorsionador, vemos que esa invasión ya se ha producido,
que la sociedad está invadida por instituciones que monopolizan
la violencia y normalizan la situación de injusticia social
que ellos mismos se encargan de mantener. De este modo al acabar
con el Estado-Nación militarista, al construir un Estado-civil
noviolento, la propia sociedad se dotaría de los medios adecuados
para organizarse de forma noviolenta e impedir la legitimación
de cualquier acción institucional violenta aunque esta viniera
desde fuera. En los numerosos manuales de acción noviolenta
que se han elaborado desde el movimiento se pone mucho énfasis
en los casos históricos en los que la acción popular
noviolenta ha vencido tanto invasiones extranjeras, como golpes
de estado o dictaduras de tiranos. Los preceptos gandhianos de no
colaboración con el opresor como forma de abolir la dominación
son los principios que inspiran este tipo de actuaciones contra
un invasor armado. Esta actuación requeriría el consenso
de la sociedad y la creación de dinámicas de Poder
horizontal que aunque se presentan en estado embrionario en los
movimientos sociales está todavía muy lejos de expandirse
al resto de la sociedad. Estas dudas no surgirían si se dedicaran
a la investigación de técnicas de defensa social noviolenta
las increíbles cantidades de dinero que se dedican a la construcción
de la violencia a través de su expresión en instituciones
militarizadas más allá de los propios ejércitos,
así como en armamento propiamente dicho.
Cthuchi Zamarra es sociólogo
y miembro del Grupo Antimilitarista de Carabanchel
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Bibliografía
Básica
Movimiento de Objeción de Conciencia: "En
legítima desobediencia". Proyecto Editorial Traficantes de
Sueños. Madrid. 2002.
Ajangiz, Rafael, Ibarra, Pedro y Aguirre, Xabier:
"La Insumisión. Un singular ciclo de desobediencia". Tecnos.
Madrid 1998
Tolstoi: "El Poder, la Insumisión". Fundación
de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Madrid 1993.
Thoreau, Henry David: "Walden. La Desobediencia Civil".
Ediciones del Cotal. Barcelona 1976.
Bourdieu, Pierre: "Poder, Derecho y Clases sociales"
Foucault, Michel: "La microfísica del Poder".
Ediciones la Piqueta.
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